Ella estaba ahí, bien escondidita, pasando el día como si tal cosa, seguro que terminando de arreglar la casa para que el lunes no se hiciera tan cuesta arriba.
Después de una caminata de horas disparando a diestro y siniestro, tuve que llegar y verla, observarla, cuartar su intimidad. Tras ponerme a su altura, tras casi (volver a) romperme el menisco, comencé a tratar de inmortalizarla. Por mucho que metía la cámara en su morada y apretaba el gatillo, no había forma, no había postura que lograra la suficiente luz para que nuestra desconocida, pero admirada amiga, saliese retratada.
De repente, cuando todo se daba por perdido, apareció el gran David, "The flasher", ofreciendo sus servicios como iluminador de escena. Tratamos de sincronizar las dos máquinas, que digo las dos máquinas, los dos corazones para poder alcanzar nuestro objetivo... pero no pudo ser.
La luz no era problema, la postura no era problema, ni siquiera yo era el problema. El verdadero problema, es que cuando un atardecer, un amanecer, una araña, una mujer; en definitiva, cuando la belleza no quiera ser retratada, nunca lo será.
martes, 18 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
cada vez de nuevo cuando lea esta historia me entra una ataque de risas.....buenisima !
Jajaja
La verdad es que da gusto echar fotos rodeado de tan buena gente.
Un besazo guapísima.
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